viernes, 12 de abril de 2024

Gabo y el último fruto de su ceiba


Acabo de terminar la lectura del último libro de Gabriel García Márquez. Esta expresión, “el último libro de…” pocas veces adquiere todo el peso de su significado. ¿Cuántas veces no hemos compartido con amigos la noticia de que acabamos de leer el último libro de fulano, autor que nos hace quedar como idiotas cuando al cabo de un tiempo lanza una novedad editorial. Sólo tras la muerte de un escritor, podemos asegurar que hemos leído su obra última, a veces póstuma y siempre y cuando los estudiosos de sus archivos no encuentren un folio perdido en los recónditos parajes digitales de un disco duro o en las polvozas carpetas de una estantería. Pero a pesar de esos riesgos, lo dicho por la familia y el editor de Gabo nos asegura que “En agosto nos vemos” es la última obra de ficción de Nobel colombiano; para delicia de sus lectores más fervientes y ocasión de sus detractores de temporada.

“En agosto nos vemos” es una novela breve que narra las visitas de su protagonista, Ana Magdalena Bach, a una isla del caribe colombiano donde se encuentra enterrada su madre. Cada agosto visita el cementerio para dejar flores la tumba materna y tomarse una noche de libertad como paréntesis a una vida apuntalada en un matrimonio perdurablemente estable y feliz. En esos visitas, que a lo largo de algunos años se repiten puntualmente, la protagonista va explorando sensaciones, sentimientos, recuerdos y sospechas que le van dando forma a su adultez y el inminente arribo a la edad tercera. 

El libro, sobra decirlo, es una delicia. Si bien por momentos puede parecer una obra inacabada, un boceto de algo que no se concluyo, por largos ratos podemos disfrutar del oficio de la pluma de García Márquez, la poética de sus ambientes, el grosor innato para describir a las personas por dentro y por fuera, de sopesar su presencia como narrador omnisciente para dar paso a que cada personaje se muestre en todo su esplendor. Hay páginas enteras donde los admiradores del colombiano podemos encontrarlo de cuerpo entero, literariamente hablando, fuerte y rozagante, blandiendo su narrativa con la agilidad de un esgrimista consumado. Sin embargo, el ritmo de la historia por momentos tropieza, se desbarranca en la sensación de que faltan líneas, párrafos, páginas para llegar al desenlace de un capítulo o para hacer patente el paso lento y desgarrador de un largo año en la vida de la protagonista. Sus descripciones, detalladas, precisas y determinantes, también dejan en el ambiente el aroma de que la historia daba para una novela grosa de esas que consolidaron su carrera literaria y que sus lectores guardamos en algún lugar de nuestra lista de libros favoritos.

En un principio, pensé que “En agosto nos vemos” era apenas el esbozo de un libro que daba para más. Sin embargo, al final de los seis capítulos de la historia, el último editor de Gabo, Cristóbal Pera, nos convida de la historia detrás del libro, rompiendo el mito que algunos sostenían con la consigna de que la novela había sido publicada contra la voluntad del autor. La historia de “En agosto…” inicialmente formaba parte de un proyecto más grande, un libro con cinco historias que hablaran del amor en la edad adulta. En 1999, Gabo compartió en una entrevista el hecho de que ya trabajaba en ese proyecto y que tenía dos de las cinco historias terminadas. Ante la imposibilidad de continuar con las historias faltantes, la primera de ellas se convirtió en la novela “Memoria de mis putas tristes”, ese sí, un libro menor en su obra y poco merecedor del genio de Gabo. La segunda historia, la de Agosto, fue publicada en parcialidades tanto en España como en Colombia y ocupó los esfuerzos de su autor hasta el año 2004, cuando puso punto final a la quinta versión de su manuscrito con la anotación clara de que le enorgullecía. 

Perea nos narra con apreciable nostalgia, las dificultades que Gabo enfrento con su memoria para poder concretar la versión final de este libro; los trabajos que realizó junto a la secretaría particular del escritor para perseguir los detalles más minuciosos en los archivos tanto digitales como los que custodia la Universidad de Austin, una vez que Rodrigo y Gonzalo, hijos del matrimonio García Barcha, decidieron compartir con los lectores este tesoro escondido. Por lo tanto, este último libro nos es un boceto, es una novela echa y derecha que no llegó a más por deseo y determinación propia del autor, que seguramente, consciente de las limitaciones que le iba poniendo al Alzheimer, quiso dar su último suspiro literario con una obra propia de sus más consagrados esfuerzos.

La obra literaria de Gabriel García Márquez es como una ceiba (árbol de su infancia caribeña y que aparece en repetidas ocasiones a lo largo y ancho de muchos de sus libros), de troncos altos y raíces tabulares, frondoso en el misticismo de un universo particularmente universal que le permitió lectores en todo el mundo y que abrió paso, junto a los otros autores del Boom, para que la literatura latinoamericana fuera reconocida con personalidad propia y temple imbatible; “En agosto nos vemos” es su último fruto y vale la pena probarlo.

viernes, 22 de marzo de 2024

China vs. su Nobel


Cuando niño, uno de los libros que mayor curiosidad me provocaba de la biblioteca de mi padre era una colección de cuentos populares chinos. En su portada predominaba el azul que acordaba con el título del libro, mostraba una nube azulada admirada por un par de jóvenes, hombre y mujer, haciéndose acompañar por el esclarecedor subtitulo de “Cuentos populares chinos”. Leerlo reveló ante mí el poder transfronterizo y atemporal de la literatura; me transportaba a otro país, a épocas remotas, a sucesos inimaginables para un infante. Pero lo que más me asombraba era que ese libro de literatura china en español había sido editado en algún lugar de Pekín, pensado y cuidado específicamente para difundir entre los lectores hispanohablantes las tradiciones, costumbres e ideología de la nación más poblada del mundo (entonces y ahora).

Volvimos a tener noticias claras de la literatura china en tiempos más recientes, cuando en el 2012 la Academia Sueca otorgó el Nobel de literatura a Mo Yan, convirtiéndose así en el primer escritor chino en obtenerlo. Esta verdad es a medias, pues doce años antes, en el 2000, el Nobel fue otorgado a Gao Xinjian, escritor nacido en china pero nacionalizado francés desde 1987 y que es el único Nobel francés que ha escrito toda su obra en otra lengua distinta a la gala, por lo que el galardón del dos mil entró en la casilla de autores franceses que lo han obtenido (cuya lista por cierto es de dieciséis).

Mo Yan se convirtió, en aquel momento, en un orgullo para la República Popular de China, reconociendo en él un hijo predileto, considerando que el galardón internacional permitía difundir en occidente las esencia del pueblo chino junto con su modelo de nación. Mo ´yan, estaba pues cumpliendo ese objetivo del viejo volúmen de cuentos chinos que se editaba en español como herramienta de difusión ideológica. Mo Yan era resultado de la educación pública, sabia pertenecido a las filas del Ejército Popular de liberación y se había formado en la Escuela de Arte y Literatura y en la Universidad Normal de Beijing; transformado ahora en un embajador de su cultura.

Sin embargo, a principios de la semana el Nobel chino ha caído en desgracia. Distintos medios internacionales informaron que se había solicitado un juicio ante los tribunales de la capital contra de Mo Yan. ¿De qué lo acusan? El asunto es verdaderamente orweliano.

Resulta ser que el promotor del juicio es un bloguero que esconde su verdadera identidad tras el nombre de Wu. Este individuo presentó dos demandas contra Mo Yan, la primera fue desestimada porque estaba plagada de errores técnicos, pero la segunda parece que ha prosperado. El tal Wu no esta basando su litigio en la calidad literaria de la obra del Nobel chino, sino en su contenido, o mejor dicho, en la interpretación personal de la ideología que contiene su obra. Basado en una ley del año 2018, cuyo texto no ha trascendido, conocida por sus efectos: condena a un máximo de tres años de prisión a quienes insulten a héroes y mártires de la China comunista. Esta norma legal forma parte de la campaña del presidente Xi Jinping contra el “nihilismo histórico”. Pues Wu argumenta que lo expresado en los libros publicados de Mo Yan se ha manchado la reputación del Partido Comunista Chino, “embellecido” a los soldados japoneses enemigos e insultado al exlíder revolucionario Mao Zedong. Además, pide que el escritor se disculpe ante todo el pueblo chino, los mártires y Mao mismo, pagando una indemnización de 1.500 millones de yuanes (209 millones de dólares), algo así como un yuan por cada chino. Y para conseguir su membresía en la inquisición, también solicitó que se retiraran de circulación todos los libros del autor; sólo falta la petición de que sean quemados en la plaza de Tiananmén.

No es poca cosa lo que ocurre, pues si el juicio prospera será el primer paso para conducir al autor de “La república del vino” al ostracismo interno y a un apresurado exilio con el riesgo de que si se queda dentro de China, termine en la cárcel. 

Resulta importante reflexionar que las redes sociales, base de la comunicación y los sistemas informativos e ideológicos de la actualidad, en China están controlados por el Estado, sustituyendo las redes occidentales con aplicaciones propias, que permiten el control total de lo que en ellas se emite. ¿Quién estará entonces detrás del ofendido Wu, acérrimo enemigo de Mo Yan?

viernes, 15 de marzo de 2024

Temporada de chapulines


Foto: Especial

La temporada empezó ya hace semanas. No me refiero a la proliferación de especímenes pertenecientes al género Sphenarium, que brinquen por doquier en las calles de la ciudad. No. Me refiero al chapulineo político que ocurre en épocas como la que hemos estado viviendo durante los últimos meses; la electoral.

En la política mexicana no es raro el “intercambio” a discreción de militantes que, dentro del partido al que han pertenecido, en ocasiones durante largo tiempo, no encuentran la predisposición para continuar “creciendo” dentro de la política, entiéndase, cumplir con su agenda personal y no con un proyecto colectivo que sea reflejado en su designación como candidato de lo que sea, para figurar en las campañas que se avecinen. Es así que muchos políticos, ahora se enarbolan como defensores de la democracia vistiendo los colores partidistas que antes criticaron, condenaron, maldijeron y satanizaron. Sin embargo, en este proceso electoral que comenzó a tomar velocidad desde inicios del año, la brincadera de personajes ha sido espectacular y parece ya una plaga de dimensiones pentateuticas.

Por un lado hemos visto a varios políticos jóvenes que, al ser soslayados por el tricolor, han dado el salto al color naranja, amnésicos de las posturas que tuvieron en sus febriles días de militantes de una sola pieza. No quiero decir que no sea posible cambiar de opinión, es de sabios ya se sabe, ni de ideología política, pero, ¿esos malabares partidarios corresponden realmente a eso?, ¿o la certeza de que el partido antes hegemónico en Hidalgo, tiene los días contados o, peor que eso, ya navega en números rojos electoralmente hablando? ¿O será que ese bote de tamales político en que se ha convertido el frente opositor, teniendo dentro tamales de chile, de dulce y de manteca, tiene como única aspiración la supervivencia de los partidos integrantes frente a una ola guinda que promete arrasarlo todo? Ante este último escenario, aquellos integrantes de los opositores vieron con horror el desvanecimiento de sus aspiraciones políticas frente a un escenario de que la derrota es lo único que pueden dar por descontado. Tricolores que dan un mortal con bajo grado de dificultad al verde con el argumento repetido hasta el cansancio de posicionarse en “el lado correcto de la historia”. Otros, más arriesgados, dando machincuepas, o intentando darlas, con alto grado de dificultad hacia el partido guinda con la certeza de que esto les permitirá lograr la posición tan anhelada que les permita seguir figurando en el escenario político del estado. Ojalá que la tez morena no se vuelva cómplice de la promoción de los intereses mezquinos de quienes siempre quieren figurar no importando las ideologías ni los partidos.

En ocasiones, el incremento de piruetas toma tintes peligrosamente surrealistas. Por un lado políticos azules que intentan ocupar candidaturas propias de comunidades originarias, haciéndose pasar a través de documentos amañados como miembros “activos” de una etnia cuando a todas luces su devenir persona, profesional, así como su modo de vida presumido en las redes sociales, sin claramente ajenas a la identidad que pretenden usurpar; bueno ni hablan la lengua originaria tras la que se pretenden escudar. Esto no es raro, ya en otras elecciones no muy lejanas tuvimos políticos de color naranja que documentaron con recetas y estudios de dudosa procedencia, afecciones físicas que aunque no se les notaban, les permitieron ocupar espacios destinados a personas con capacidades diferentes. 

Resulta peculiar alguna cabriolas que toman tintes familiares, como la del alcalde proveniente del tricolor, ahora revestido de iniciales con coqueteos entre verdosos y guindas para tratar de hacer candidata que, por qué no, le suceda en la alcaldía. ¿De verdad nadie se percata del conflicto de intereses que eso representa? ¿No es una práctica correcta que dentro del sano ejercicio de la evaluación y la rendición de cuentas, un alcalde electo revise sin ningún tipo de sesgo la actuación de su antecesor? ¿Una relación marital, no pondría en duda la imparcialidad de tal hecho? No se trata de cancelar las aspiraciones de nadie, las cuales son válidas, sin embargo si el deseo y el compromiso con la población es real, esperar un periodo para lanzarse lo mostraría.

En fin, que así hemos presenciado, y lo seguiremos haciendo, el espectáculo circense de nuestros políticos ortópteros. La manera de acabar con está práctica deshonesta políticamente hablando es dando un manotazo en la voleta electoral, haciendoles saber a esos candidatos chapulines que la sociedad busca, además de experiencia y honestidad, congruencia, en aquellos que elige para servirle a la sociedad. 

viernes, 8 de marzo de 2024

Un baile de sonambulos, 20 años del 11M

Foto: La entrada de un tren a la estación de Atocha. | Carlos García Pozo


“Un baile de sonámbulos. Todos miraban a la nada” Así describió uno de los sobrevivientes de los atentados a la red ferroviaria de cercanías en Madrid el 11 de marzo de 2004, los momentos posteriores a los estallidos ocurridos en uno de los trenes que en ese momento casi alcanzaba estación de Atocha.

La descripción de las personas que lograron salir por propio pie de las cuatro últimas explosiones de aquella mañana de jueves, es de Antonio Miguel Utrera, un joven que entonces tenía 21 años y que aun cuando formo parte de esa marcha de heridos, portaba en el interior de su cuerpo una serie de heridas que lo llevarían al hospital y pondrían su vida en un peligro; milagrosamente sobrevivió aunque con secuelas físicas que duran hasta hoy.

El conocido como 11M es considerado como el atentado terrorista más grande en la historia de Europa. Aquel día, desde muy temprano, diez explosiones, en un ataque coordinado, sembraron terror y muerte en cuatro trenes de cercanías en la capital de España. El saldo fue de 192 muertos y casi 1900 heridos.

Las primeras tres explosiones se registraron a las 7:37 hrs. en un tren que acababa de ingresar a la estación de Atocha. Ahí, en pleno anden, con los pasajeros descendiendo de su interior, el tren se abrió como una lata por la fuerza de los explosivos dejando treinta y cuatro personas muertas.

Un minuto después, a las 7:30, dos ataques más tenían lugar simultáneamente. Una en la estación El Pozo y el otro en la estación de Santa Eugenia; ambos trenes estaban detenidos en los andenes, en el primero hubo dos explosiones matando a sesenta y cinco personas; en el segundo sólo se sucedió una explosión dejando catorce personas muertas.

A las 7:39, cuatro explosiones detuvieron un tren a la altura de la calle Téllez, casi en la entrada a la estación de Atocha, ahí murieron sesenta y tres personas.

En un primer momento, la condición de al menos unos 350 heridos era muy grave. Muchos de ellos no lo lograron. Sobra decir que las heridas de los sobrevivientes marcaron sus vidas para siempre, dejando a la mayoría de ellos con discapacidades que son un recuerdo abyecto de lo sucedido hace casi veinte años.

La tragedia, cruda en sí misma, derivó en un debate político por la manera en que la versión inicial culpaba al grupo terrorista vasco ETA y dejaba de lado, categórica e insistentemente la posibilidad de un ataque yihadista en venganza por el apoyo de España a los Estados Unidos en la guerra global contra el terrorismo. Aceptar que la autoría era de Al-Qaeda era culpar a Aznar y su candidato presidencial en ese momento Rajoy. Al cabo el manejo de la información hizo ganar a Zapatero con una importante ventaja. Posteriormente, se confirmaría que el origen de los atentados era islamista

Antonio Miguel Utrera, de quien hablábamos al inicio de esta columna, publicó en dos mil veintidós un poemario titulado “Los días jueves”. Ha usado la poesía para sanar las heridas ocultas que portan todos los sobrevivientes, aquellas que laceraron sus almas, pero fortalecieron sus espíritus.

viernes, 1 de marzo de 2024

De qué hablamos cuando hablamos de Pachuca

El título de la columna de hoy no es frase propia, se la leí al querido Miguel Ángel Hernández Acosta (narrados mexicano, pachuqueño) en una de sus publicaciones de Facebook parafraseando a su vez el título de aquel espléndido libro de relatos de Raymond Carver “De qué hablamos cuando hablamos de amor”. Miguel Ángel usaba esa lúdica armonía de siete palabras como invitación a reflexionar sobre lo que pensamos de esta ciudad quienes nacieron o vivimos en ella, quienes han tenido que dejarla como residencia, quienes recalan por sus rumbos de vez en cuando, quienes la hemos elegido como refugio o quienes por laberintos emotivos sostienen con ella una relación amor-odio. Esta cavilación remonta el vuelo gracias al estreno de una nueva publicación que aglutina el trabajo de cuarenta y un escritores y dieciséis artistas visuales; el libro se titula “Letras de Pachuca”.

El nada breve opúsculo aparece bajo el sello editorial Los Libros del Sargento en colaboración con el Instituto Municipal para la Cultura de Pachuca y ha sido coordinado por Xavier Rodríguez, avezado editor que ha impulsado esta editorial desde hace más de diez años y que desde la pandemia la hizo aterrizar en la Bella Airosa.

La noticia de que el ayuntamiento de la capital retome con vigor un proyecto de publicación de autores locales (esta es la segunda publicación de la administración actual) causa un gran regocijo para quienes creemos en el poder de los libros. Por si esto fuera poco, el hecho de que el proyecto sea en sí mismo un nomenclátor tan diverso en cuanto a generaciones, corrientes y estilos, tanto de literatos como de visuales, lo convierte de ya en un libro único. En sus doscientas cuarenta páginas encontraremos poetas, narradores, dramaturgos, periodistas, fotógrafos, escultores y pintores (de brocha y de píxel). La amalgama de todos ellos promete una especie de diario de viaje que nos llevará por rincones, memorias y epifanías con que cada creador cinceló su punto de vista sobre este lugar estrecho azotado sin mesura por el viento.

En lo textual participan: Arístides Luis, Nancy Ávila, Óscar Baños Huerta, Alejandro Bellazetín, Enid Carrillo, Julia Castillo, Áxel Chávez, Jovany Cruz Flores, León Cuevas, Fernando de Ita, Diego José, Aarón Enríquez, Said Estrella, Daniel Fragoso, Yanira García, Miguel Ángel Hernández Acosta (a quien mencioné al inicio de este texto), Elvira Hernández Carballido, Ilallalí Hernández Rodríguez, Yuri Herrera, Juan Carlos Hidalgo, Yosselin Islas, Eduardo Islas Coronel, Laura Esperanza, Sagrario León García, Moisés Lozada, Sinead Marti, Danhia Montes, Christian Negrete, Enrique Olmos, Karla Olvera, Aída Padilla Nateras, Agustín Ramos, Martín Rangel, Fernando Rivera Flores, Julio Romano, Ilse Sánchez Quintero, Claudia Sandoval, Alma Santillán, Rafael Tiburcio García, Alfonso Valencia y quien esto escribe.

Mientras que lo visual es propuesto por: Raúl M. Becerra, Marco Levy Correa Ramírez, Kevin Cuevas, Enrique Garnica, Ray Govea, Pablo Mayans, Elizabeth Medina, Carlos Mercado, Carmen Parra Velasco, Hugo David Pérez Ángeles, Caro V. Polanco, Eric Reyes Lamothe, Javier Alejandro Rodríguez Padilla, Eymi Rosado, Eddy Salgado y Salvador Verano Calderón.

He hablado de este nuevo libro en futuro imperfecto porque no conozco de él más que el texto que me solicitaron y la imagen de su portada. Todo lo demás ha sido preservado con la secrecía propia de los hitos que abren un nuevo capítulo en el quehacer cultural de una ciudad. 

Ansío despejar los velos y disfrutarlo en la primera presentación del libro que será el día de hoy (o mañana, depende de cuando lea usted esta columna) viernes 1 de marzo, en Rocket Cowork (Matamoros 113, en la cara este de la Plaza Independencia en el Centro Histórico de Pachuca), a las 18:00 horas. Verlos por allí redondeará la celebración.

Paso cebra

Que “Letras de Pachuca” alcance buen puerto es resultado del trabajo, valiente e incansable, del equipo del Instituto Municipal para la Cultura de Pachuca, encabezado por Ana Liedo. Mi respeto y admiración por su trabajo y vocación.

viernes, 23 de febrero de 2024

Gozálo Martré, decano de los escritores hidalguenses

Foto: UAEH

Conserva el recuerdo muy claro. Su madre era la maestra del primer grado. Él, de una edad similar a los niños reunidos en el salón, la acompañó porque no tenía con quien encargarlo mientras daba su clase. Mario, tomo asiento en alguna de los pupitres disponibles y guardó silencio. Su madre, la maestra, escribió una frase en el pizarrón y pidió de entre los pupilos un voluntario que pudiera leerla de corrido. Las niñas se miraron entre sí, los niños escondieron la mirada en el cuaderno frente a ellos. Nadie. La maestra insistió, no sin el asomo de un desencanto en su voz. Nuevamente nadie. Mario levantó la mano cautelosamente y ante la ausencia de un voluntario perteneciente a la clase regular, su madre le permitió participar. Él se levantó y muy derechito leyó de cabo a rabo la frase; sujeto, verbo y predicado encadenados en un solo respiro. La maestra amaba a su hijo más que a nada en el mundo y lo conocía perfectamente, aun así se sorprendió y comprendió entonces que Mario atesoraba en su interior un interés especial por las letras, por la literatura. 

A partir de ese momento Mario se entregó cuan infante a leer literatura fantástica, a disfrutarla, a vivirla y a trazar una senda interior que algunos años después lo llevaría a convertirse en escritor y a cambiar su nombre por el de Gonzálo Martré. 

Martré nació en Meztitlan y repartió su infancia y juventud en varios municipios de Hidalgo donde su madre se mudaba para atender su trabajo docente. Tula y Pachuca son apenas dos sitios de una lista larga. Se exilió en la capital del país con el propósito de continuar los estudios profesionales y ahí se topó, de frente, con el inexorable destino de la palabra escrita en el año de 1967. Comenzó entonces una larga carrera que lo llevaría del cuento a la novela, al periodismo, a la sátira, al ensayo, a escribir de política, para niños, a ser argumentista y convertirse hoy en día, no sólo en uno de los autores mexicanos más prolíficos de nuestra literatura, sino también en el decano de los escritores nacidos en Hidalgo.

Gonzálo Martré visitó la ciudad de Pachuca hace exactamente una semana, el viernes 16 de febrero de 2024, porque tenía ganas de celebrar en la capital de su tierra su cumpleaños noventa y cinco. En principio quería sólo una reunión petit comité con veinte o treinta personas en algún reciento disponible de la UAEH. Por fortuna, la Universidad decidió organizarle un evento más grande, con lleno total en la Sala J- Pilar Licona del edificio de Abasolo y aprovechó la presencia del Rector para entregarle un reconocimiento, merecido y pertinente, por su prolijo dispendio literario de más de cincuenta años.

Quienes tuvimos la oportunidad de acompañarlo en este evento disfrutamos cómo siempre de su ingenio y socarronería. Nos embelesamos de sus anécdotas que lo mismo incluyeron su origen en los hermosos lares de Meztitlán, que sus tardes de cantina con colegas donde se erigían proyectos editoriales que le permitieron reconocimiento y, en ocasiones, ser arrastrado por la fama internacional de algunos proyectos; como aquel donde se le ocurrió convertir a Julio Cortazar en un personaje de la historieta de Fantomás donde participaba como argumentista. Aquel episodio impreso se llamó “La inteligencia en llamas” y en la historia, Fantomas se comunicaba telefónicamente con sobresalientes intelectuales del momento, con quienes además se tuteaba como Cortazar (y también Susan Sontang). La historieta llegó a París y terminó en las manos del autor de Rayuela que se sorprendió al verse convertido en un personaje de historieta sin haberle pedido permiso, así que aprvechó y utilizó el mismo soporte narrativo, la historieta, como un nuevo canal para comunicar parte de su obra, haciendo su propia versión en un folletín de Fantomas. Por supuesto esto acaparó la atención de todo el mundo “arrastrando” a Martré en esta fama.

Fresco, ocurrente, nos habló de los nuevos proyectos que lo tienen ocupado; un manojo de cinco libros que pronto espera terminar, “Si le da tiempo”, bromea. No sin dificultad, devido a los problemas de sus cuerdas vocales  Martré estuvo charlando con sus lectoras por casi una hora, coronando el evento con la entrega del reconocimiento de manos del rector Octavio Castillo Acosta.

Paso cebra

Un gran acierto de los organizadores y del propio homenajeado, fue la generosidad de obsequiar libros a los presentes para que el autor los firmara. Hacer esto es atar el último cabo de una charla con un escritor; en ocasiones, como la que ahora nos ocupa, es una delicia escuchar, pero poder leerlo después se transforma en ese acto de íntima complicidad entre el autor y el lector, lo que al fin de cuentas tiene que ser la literatura.

viernes, 16 de febrero de 2024

Un pulso de vida desde los Andes


Tuve conciencia de la muerte por primera vez a los seis años. Mi Tata, mi abuelo materno, murió de cirrosis. Nunca vi su cadáver, apenas un día antes del deceso lo visité en el hospital. Al volver del cementerio mi madre me explicó lo que significaba el hecho de que su padre hubiera muerto. No lo volvería a ver. Sin embargo, su recuerdo ha perdurado muy dentro de mí como un discreto pero permanente impulso. Tuve conciencia de la muerte por última vez hace año y medio cuando falleció mi padre. Estas no han sido las únicas dos muertes de la familia, pero la sensación que me provocaron ambas fue muy similar. Sin las sensiblerías de dedicar todos los actos a la memoria de los que se han ido, sí descubro una cierta inspiración en aprovechar el andamiaje de vida que nuestros seres queridos fallecidos, nos han dejado. Es en ese amor, enseñanza, ejemplo o herencia emotiva, donde cogemos propulsión para continuar.

Esa es la reflexión que a mi parecer nos deja el filme “La sociedad de la nieve”. La nueva versión de una de las historias de supervivencia más conocidas del mundo. En mi infancia tardía y mi juventud temprana, estuve obsesionado con tres sucesos que marcaron esa época: la explosión del Challenger, el accidente nuclear en Chernobil y los Sobrevivientes de los Andes. 

Al ser una historia conocida, con mayor o menor detalle, por casi todo el mundo, la película la aborda desde la narrativa de Numa Turcatti, una de las veintinueve personas que murieron por causa del choque y durante los días posteriores antes de ser rescatados. Numa, no era parte del equipo de rugby, pero era amigo de uno de los miembros quienes los instaron a aprovechar alguno de los asientos que estaban disponibles y así poder acompañarlos a Santiago de Chile, verlos jugar y pasar el tiempo libre paseando y conociendo chicas. Ese relativo “fuera de lugar” envuelve pro principio al personaje en un halo de tragedia. Sin embargo, pronto la resignación ante la dura realidad que enfrentan hace que todos los sobrevivientes al impacto del avión en la montaña se consoliden como una sociedad donde por principio de cuentas nadie debería quejarse y todos deberían colaborar de una u otra forma para mantenerse con vida en lo que el rescate llegaba. En esta cofradía de la desgracia se pertenecen todos y cada uno, sin importar si eran compañeros, amigos o familiares, son desde ese momento figurantes de un destino común que hay que moldear para sobrevivir.

Antes de este filme, se realizaron dos películas más sobre la hist0ra de los sobrevivientes; una mexicana, muy mala y; la versión hollywoodense que enarbolo la hasaña como un hecho heroico indiscutible e imperecedero para ejemplificar la fortaleza del espíritu humano en situaciones límite. Sin embargo, el lado realmente humano de la tragedia se había ido construyendo poco a poco a través de docenas de documentales, programas especiales y entrevistas de los dieciséis sobrevivientes. El filme de Bayona cambia el punto de vista a partir de la premisa más cruda, sin los que murieron (a lo largo de los días) los que vivieron no hubieran podido salir de ahí. Ajustar el foco en Turcatti y no en Nando Parrado y Roberto Canesa (los dos expedicionarios que logran encontrar ayuda tras cruzar la cordillera), destaca los dilemas que todos y cada uno de ellos enfrentaron; por un lado decidir comer de los cuerpos de los amigos fallecidos, la implicación de tener su permiso para hacerlo, el hecho mismo de consumir músculos, órganos, etc. para mantener las fuerzas y el hecho mismo de la muerte como fin último de amor para que los que continuaran viviendo pudieran alimentarse. Es ahí donde el personaje de Numa es la vuelta de tuerca para construir un filme extraordinario y con un mensaje desgarrador, pero real: la muerte de algunos es también una forma de celebrar la vida de otros.

Paso cebra

Recién la semana pasada, “La sociedad de la nieve” del director español Juan Antonio Bayona, se alzó con diez premios Goya, entre ellos el de Mejor Director y Mejor Película, lo que parece indicar que también podría ser acreedora al Oscar a Mejor Película Internacional. Por cierto, “La sociedad…” está basada en un libro del mismo nombre escrito por el también periodista y guionista uruguayo Pablo Vierci, quien además de ser un reconocido escritor en su país natal, era amigo de la infancia de los miembros del “Old Christians Club”, lo que le permitió erigir a través de varias entrevistas esa visión más humana, menos épica de los sobrevivientes de lo Andes.